miércoles, 15 de octubre de 2008

DETRAS de la CORTINA de BAÑO

Max Lucado

Tendré que instalar una computadora en mi ducha. Es allí donde se me ocurren las mejores ideas.

Hoy se me ocurrió una fantástica.

Estaba reflexionando acerca de una conversación reciente que tuve con un hermano cristiano desencantado. Estaba molesto conmigo. Tan molesto que estaba considerando rechazar la invitación que me envió con el fin de que hablase a su grupo. Parece que había escuchado que era bastante franco en cuanto a las personas con las que tengo comunión. Había leído las palabras que escribí: «Si Dios dice que una persona es su hijo, ¿no debiera llamarlo hermano mío?» Y: «Si Dios acepta a otros con sus errores y malas interpretaciones, ¿no debiéramos hacerlo nosotros?»

No le agradó eso. «Se está excediendo», me dijo. «Las cercas son necesarias», me explicó. «Las Escrituras son claras acerca de tales asuntos». Me leyó unas pocas y luego me instó a ser cuidadoso al decidir a quién concedo gracia.

«Yo no la concedo», le aseguré, «sólo descubro dónde Dios ya lo ha hecho».

No pareció quedar satisfecho. Le ofrecí echar atrás el compromiso (el descanso habría sido agradable), pero él se ablandó y me dijo que fuera después de todo.

Allí es donde iré hoy. Es por eso que pensaba en él en la ducha. Y es por eso que necesito una computadora a prueba de agua. Se me ocurrió un gran pensamiento. Una de esas revelaciones que me hacen decir: «¿Por qué no se me ocurrió decirle eso?»

Ojalá lo vea hoy. Si el tema vuelve a surgir, se lo diré. Pero por si acaso no ocurriese, te lo diré a ti. (Es demasiado bueno para desperdiciar.) Sólo una oración:

Nunca me ha sorprendido el juicio de Dios, pero aún me deja pasmado su gracia.

El juicio de Dios nunca ha sido un problema para mí. Es más, siempre me ha parecido correcto. Relámpagos sobre Sodoma. Fuego sobre Gomorra. Así se hace, Dios. Egipcios tragados por el Mar Rojo. Se lo merecían. ¿Cuarenta años para ablandar las duras cervices de los israelitas? Lo habría hecho yo mismo. ¿Ananías y Safira? Ya lo creo que sí.

La disciplina me resulta fácil de tragar. Lógica de asimilar. Manejable y apropiada.

¿Pero la gracia de Dios? Cualquier cosa menos eso.

¿Ejemplos? ¿De cuánto tiempo dispones?

David el salmista se convierte en David el fisgón, pero por gracia de Dios vuelve a ser David el salmista.

Pedro negó a Cristo antes de predicar a Cristo.

Zaqueo, el ladrón. La parte más limpia de su vida era el dinero que había lavado. Pero aun así Jesús disponía de tiempo para él.

Relato tras relato. Oración tras oración. Sorpresa tras sorpresa.

Pareciera que Dios más bien busca la manera de lograr que lleguemos al hogar en lugar de buscar formas que impidan nuestra entrada. Te desafío a encontrar un alma que se acercó a Dios buscando gracia y no la encontró. Rastrea en las páginas. Lee las historias. Imagina los encuentros. Halla a una persona que vino buscando una segunda oportunidad y se alejó tras un severo discurso. Te desafío. Busca.

No lo hallarás.

Encontrarás una oveja que se ha alejado al otro lado del arroyo. Está perdida. Lo sabe. Está trabada y avergonzada. ¿Qué dirán las otras ovejas? ¿Qué dirá el pastor?

Encontrarás un pastor que la encuentra a ella.

Ay, ay, ay. Agáchate. Cúbrete los ojos con las pezuñas. El cinturón está a punto de volar. Pero el cinturón nunca se siente. Sólo manos. Manos grandes y abiertas que se extienden por debajo de su cuerpo y levantan a la oveja, cada vez más alto hasta que está colocada sobre los hombros del pastor. ¡Se lleva de regreso al rebaño y hacen una fiesta en su honor! «Corten la hierba y peinen la lana», anuncia él. «¡Haremos un festejo!»

Las demás ovejas mueven sus cabezas sin poder creerlo. Del mismo modo que lo haremos nosotros. En nuestra fiesta. Cuando lleguemos al hogar. Cuando observemos cómo el Pastor trae sobre sus hombros y coloca entre nosotros un alma improbable tras otra.

Me parece que Dios da mucha más gracia de la que jamás pudiéramos imaginar.

Podríamos hacer lo mismo.

No estoy a favor de diluir la verdad ni de comprometer el evangelio. Pero si un hombre de corazón puro llama Padre a Dios, ¿no puedo llamar a ese mismo hombre hermano ? Si Dios no establece la perfección doctrinal como requisito para la membresía familiar, ¿debería hacerlo yo?

Y si nunca estamos de acuerdo, ¿no sería posible que acordemos estar en desacuerdo? Si Dios puede tolerar mis errores, ¿no puedo tolerar los errores de otros? Si Dios puede hacer la vista gorda con mis errores, ¿no puedo hacer lo mismo con los errores de otros? Si Dios me permite, con mis debilidades y fallas, que lo llame Padre , ¿no debería dar la misma gracia a otros?

Una cosa es segura. Cuando arribemos al cielo, nos sorprenderemos ante algunas personas que allí veremos. Y algunos se sorprenderán cuando nos vean.

(extraído del Libro "Cuando Dios susurra tu nombre" Max Lucado)

No hay comentarios: